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¿Dónde está Dios? Reflexiones sobre la Maldad en el Mundo y el Compromiso de la Paz

Artículo de Dr. Guillermo A. Ahumada

Obispo/ Jefe de Capellanes


El problema del mal ha sido una de las cuestiones más desafiantes en la filosofía y teología a lo largo de la historia. La presencia de sufrimiento, hambre, crimen y guerras plantea preguntas difíciles sobre la existencia y naturaleza de Dios. En este escrito expongo estas cuestiones desde una perspectiva social y práctica, ofreciendo reflexiones sobre por qué, según diversas interpretaciones, Dios permite tanta maldad en el mundo y cómo podemos asumir un compromiso activo para hacer cambios positivos.

El problema del mal se divide en dos categorías principales:

  1. Mal Natural: Catástrofes naturales, enfermedades y hambre.

  2. Mal moral: Crímenes, guerras y actos humanos que causan sufrimiento.


Una de las respuestas más comunes al problema del mal es el concepto de libre albedrío. Según esta perspectiva, Dios otorgó a los seres humanos la libertad de elegir entre el bien y el mal. Esta libertad es esencial para que el amor y la bondad sean genuinos. Sin embargo, implica que las personas pueden tomar decisiones que causen sufrimiento y maldad.

Otra interpretación es que la presencia del mal sirve como una prueba de fe y carácter. El sufrimiento y las dificultades pueden fortalecer la resiliencia y la espiritualidad de las personas, llevándolas a una mayor dependencia y confianza en Dios.

En algunas doctrinas, el mal y el sufrimiento son vistos como consecuencias del pecado original. Esta visión sugiere que la humanidad, al apartarse de la voluntad de Dios, ha introducido el caos y la maldad en el mundo. En el mundo filosófico se considera que es ignorancia.

Desde una perspectiva social, es crucial reconocer la responsabilidad humana en la creación y perpetuación de muchos males. Las guerras, el hambre y el crimen a menudo son resultado de decisiones políticas, económicas y sociales. Preguntar por qué Dios permite tanta maldad puede ser una forma de desviar la atención de nuestra propia responsabilidad colectiva.

Enfrentar el mal también implica una respuesta comunitaria. Las organizaciones no gubernamentales, las iglesias y otros grupos comunitarios juegan un papel vital en la mitigación del sufrimiento. La solidaridad y la acción colectiva pueden transformar el sufrimiento en oportunidades de ayuda y esperanza.

Asumir el Compromiso de la Paz es algo imperativo. Es natural sentirnos abrumados y querer quejarnos ante tanta maldad, pero llorar no basta. Como sociedad, debemos asumir un compromiso activo para unirnos y hacer cambios significativos. Criticar sin actuar nos llevará a ser tragados por el crimen y la desesperanza que cada día aumenta.

Como comunidad cristiana o religiosa, a menudo predicamos amor, paz y buena voluntad, pero no siempre somos un reflejo de estos valores. Es vital que nuestras acciones correspondan con nuestras palabras. Debemos trabajar para ser verdaderos ejemplos de paz y amor en nuestras comunidades.

Para asumir el compromiso de la paz, podemos educar a los demás, sobre la importancia de la paz y la solidaridad. Participar activamente en iniciativas que promuevan el bienestar social. Ofrecer ayuda y consuelo a aquellos que sufren, mostrando compasión y solidaridad. Abogar por políticas que reduzcan la desigualdad y promuevan la justicia social.

Para muchos, la cuestión no es solo por qué existe el mal, sino cómo encontrar sentido y propósito a pesar de él. La espiritualidad, la religión y la filosofía ofrecen diversas rutas para entender y afrontar el sufrimiento.

Las historias de individuos y comunidades que han enfrentado y superado el mal pueden ser fuentes poderosas de inspiración. Estas narrativas muestran que, aunque el sufrimiento es una realidad ineludible, también hay capacidad para la resiliencia, la compasión y la transformación.

La pregunta "¿Dónde está Dios?" en medio de tanta maldad no tiene una respuesta sencilla. Las diversas interpretaciones teológicas y las perspectivas sociales nos invitan a reflexionar sobre la complejidad del sufrimiento y la responsabilidad humana. Al mismo tiempo, nos alientan a buscar formas de mitigar el mal a través de la acción colectiva y la solidaridad, encontrando sentido y propósito en nuestra capacidad para amar y ayudar a los demás.

Asumir un compromiso de paz requiere más que palabras; requiere acciones concretas y un esfuerzo colectivo para transformar el mal en bien, haciendo del mundo un lugar más justo y compasivo. ¿Dónde está Dios?  Lo que sí sabemos con seguridad después de analizar lo que estamos viviendo es que sabemos dónde no está Dios.

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