Por Obispo Dr. Guillermo A. Ahumada
Un Camino Hacia la Reflexión y el Retorno a Nuestros Valores
Vivimos en una época donde la soledad, el dolor y la indiferencia parecen haberse convertido en los compañeros inseparables de nuestra existencia. En una sociedad que glorifica el individualismo y la competencia feroz, nos encontramos, más que nunca, luchando por nosotros mismos, alejados de la bondad y la empatía que alguna vez fueron los pilares de nuestra convivencia.
En este mundo desbordado por la prisa y la tecnología, muchos de nosotros hemos olvidado lo que significa estar verdaderamente conectados: con los demás, con nosotros mismos y, lo más preocupante, con Dios.
El sufrimiento en nuestra sociedad ya no se limita a la falta de recursos materiales o alimentos; hoy en día, el vacío más profundo que experimentamos es de naturaleza espiritual. Nos enfrentamos a una soledad que nos consume, que nos lleva al abismo de la depresión, y a una existencia que parece carente de propósito y de amor. Sentimos que nos falta algo esencial, algo que ni los bienes materiales ni el reconocimiento social pueden llenar. Ese "algo" es la paz interior, una paz que solo puede provenir de un reencuentro sincero y profundo con Dios.
En nuestra búsqueda frenética de éxito y aceptación, nos hemos alejado de la fuente de toda bondad y verdad. Nos hemos distanciado no solo de Dios, sino también de nosotros mismos, permitiendo que la sociedad dicte quiénes somos y cómo debemos vivir. Nos hemos convertido en lo que otros esperan de nosotros, sacrificando nuestra autenticidad y, en última instancia, nuestra felicidad. El miedo y la inseguridad dominan nuestros corazones, y en nuestra desesperación, caemos fácilmente en las trampas del sufrimiento o en las malas influencias que nos prometen una felicidad efímera.
Pero en medio de este caos y confusión, aún existe una esperanza: el retorno a Dios y a nuestros valores fundamentales. Reconocer nuestros errores, y en lugar de huir de ellos, aprender de ellos, puede ser el primer paso hacia una vida más plena y significativa. Es necesario que reforcemos nuestros valores, aquellos principios de bondad, amor y empatía que nos humanizan y nos conectan con lo divino.
El camino de regreso a Dios no es fácil, requiere de un esfuerzo consciente y continuo. Pero este esfuerzo vale la pena, pues nos llevará de regreso a un estado de paz y plenitud que ninguna otra cosa en este mundo puede ofrecernos. En este retorno, descubrimos nuestra verdadera identidad, no la que nos impone la sociedad, sino la que se basa en nuestra relación con Dios y con los demás.
Es momento de detenernos y reflexionar sobre la dirección en la que nos dirigimos como individuos y como sociedad. Volvamos al camino correcto, al camino que nos acerca a Dios y que nos permite ser verdaderamente nosotros mismos. así podremos sanar las heridas de nuestra alma, encontrar la paz que tanto anhelamos y vivir en un mundo más justo y lleno de amor. Es en Dios, donde encontraremos la fuerza para superar la soledad, la depresión y el sufrimiento. Es en Él donde hallaremos la verdadera felicidad. Que Dios les Bendiga.
Obispo Dr. Guillermo A. Ahumada